En los Estados Unidos se acaba de librar una batalla política y cultural como quizás nunca antes en su historia. Las fuerzas reaccionarias del colectivismo hicieron lo posible para evitar la victoria de Donald Trump, pero el resultado les fue adverso. Triunfó el pueblo, el hombre y la mujer de la calle, hartos del intervencionismo estatal y del globalismo de las élites.
Esta batalla es de larga data en la historia de Occidente. La encontramos en los inicios de la civilización desde Grecia en Atenas y no en Esparta; luego en Roma en la República y no en el Imperio; en la Escuela de Salamanca y no en su posterior censura; en la Carta Magna Inglesa y no en los monarcas de la casa Tudor; en la Gloriosa Revolución y no en su desviacionismo; en la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos y no en los ataques a sus principios.
Lo que acaba de ocurrir en Estados Unidos fue una definición sin medias tintas. Prevalece el gobierno del pueblo, para el pueblo y con el pueblo o el gobierno de las élites colectivistas del progresismo neo comunista.
La sociedad libre ha sido agredida por las ideas tóxicas del socialismo que ha venido mutando de nombre y como caballo de Troya destruyendo las instituciones junto a todo lo bueno que hizo al progreso humano.
El Estado mediante sus gobiernos es una máquina de coerción. Sus componentes no solo meten sus mugrientas manos en nuestros bolsillos para sacarnos el fruto de nuestro trabajo, sino también con la ideología progre avanzan contra Dios, la familia, la historia y la libertad de expresión.
Las decisiones políticas, es cierto, se generan desde las mayorías pero éstas no pueden violar los derechos del individuo. La degeneración del sistema republicano a la fecha se debe en especial a los intelectuales que desde los centros de estudios inoculan a sus estudiantes ideas erróneas como aquella de que habrá mejor política si se tienen personas buenas con sentido “social” en el Estado, lo que es un absurdo puesto que una persona con poder de coerción decide por los demás impidiéndoles el uso de su libertad y propiedad.
Thomas Jefferson tiene razón: “El precio de la libertad es la eterna vigilancia”. La experiencia nos enseña que desde el poder, el robo, la violencia, la riqueza mal habida y la corrupción encuentran ambiente propicio. Por supuesto que el poder es necesario para resguardar la libertad porque sin orden campea el libertinaje.
Para enfrentar en todas partes del mundo a los enemigos de la sociedad libre se deberá volver a la Constitución de la libertad y a la economía libre. Vamos hacia la nueva tiranía o vamos hacia la libertad. Paraguay debe elegir la libertad y la prosperidad de sus habitantes y para ello debemos hacer una movida estratégica.
Consiste en una gran Alianza entre el Mercosur y el Nafta de América del Norte en colaboración con Argentina y Estados Unidos puesto que la otra alternativa, la de China Continental, podrá traernos también ingresos pero será fatalmente dañina para nuestra libertad individual y soberanía como nación.
Autor: Don Víctor Pavón, Presidente del Centro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”: “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.