Malestar con el Estado

El estado de bienestar, tal como era concebido, está herido de muerte, y esta sentencia ha llegado nada menos que desde los creadores de dicho sistema.

De todos es conocido que las democracias nórdicas fueros las precursoras del estado de bienestar ampliamente conocido e imitado, apoyándose para ello de un elefantiásico estado, de unos elevadísimos impuestos, y lo que es más importante, de un amplio respaldo social.

En un principio, el sistema funcionaba, y muy bien, conseguía sus objetivos de reducir la exclusión y aumentar la igualdad de oportunidades. Esto era debido a unos factores determinados, y localizados en dichos países tales como: una población no muy numerosa en comparación con los estados de centro y sur de Europa; unas economías bastante consolidadas; una formación de calidad, basada en una educación muy bien estructurada, con alto valor añadido; una inmigración muy escasa y con unos valores que en esencia eran muy parecidos a los que ya existían en dichas sociedades.

El estado de bienestar dependía de un delicado equilibrio, el cual se ha ido resquebrajando hasta llegar a un punto de no retorno. La ciudadanía ha empezado a darse cuenta de que sus altísimos impuestos ya no redundaban en una mejora general y que el estado de bienestar no es sostenible ni justo.

Pero en la última década, todo este entramado se ha ido deshaciendo, ya que las mismas fortalezas que favorecieron su implantación, han terminado siendo sus principales debilidades. La poca población hace que con una relativamente baja cantidad de inmigrantes, estos tengan un gran peso estadístico en dichas sociedades. Además, estos inmigrantes no disponen de una formación adecuada lo que les relega a los trabajos peor remunerados y más exigentes físicamente o directamente el desempleo. Por último, las enormes diferencias culturales, han hecho casi imposible la integración en la sociedad que les acoge, problemas con el idioma, las normas sociales, la religión o la falta de ésta, entre otras  han derivado en el surgimiento de auténticos guetos, donde llegan a imperar de facto las leyes de los países de origen.

No sorprende pues que, en la actualidad, los países escandinavos sean de los más restrictivos con la inmigración, solo cabe observar las enormes trabas que ponen a la entrada de refugiados, también sirve como ejemplo la batería de leyes que Dinamarca está promoviendo para los ya residentes. Entre estas nuevas normas se incluyen periodos de estancia obligatoria en jardines de infancia con el objetivo de enseñar ya desde bebes la cultura y los valores daneses, disolución de los asentamientos en áreas pobladas por daneses con hasta porcentajes máximos detallados, deber de colaborar en el coste del alojamiento, plazos más amplios para la posible llegada de familiares, etc.

Todo lo anteriormente expuesto solo es una pequeña pincelada que sirve de ejemplo de cómo el estado de bienestar dependía de un delicado equilibrio, entre población, ingresos, educación, situación internacional, ámbito cultural, factores ambientales, el cual se ha ido resquebrajando hasta llegar a un punto de no retorno. La ciudadanía ha empezado a darse cuenta de que sus altísimos impuestos ya no redundaban en una mejora general, sino que favorecían la exclusión y la pobreza, que, por primera vez en lustros, la seguridad comenzaba a ser un problema.

Los mismos ciudadanos que impulsaron gobiernos que instauraron el estado de bienestar son los que lo van a desmantelar.

Adicionalmente, las políticas para favorecer la natalidad se están empleando para lo que no fueron pensadas; esto hace que la población haya empezado a poner en duda su efectividad con la misma fuerza con la que anteriormente lo apoyaban. Ya da igual si nos asomamos al programa electoral de los partidos social demócratas o al de los más nacionalistas, en materia migratoria son muy similares, y en materia de servicios sociales la brecha es cada vez menor.

Es entendible, pues, que, los mismos ciudadanos que impulsaron y sostuvieron a los gobiernos que instauraron el estado de bienestar, son los que lo van a desmantelar, y lo hacen al percibir que ya no es rentable, que su sistema ha dejado de ser suyo, que ha dejado de ser “justo”, que los recursos, aun en el caso del estado, son limitados, que su estado de bienestar en definitiva se ha convertido en un malestar con el estado.

Asier Balaguer Navarro

Analista político

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