La lacra de los accidentes de tráfico en Iberoamérica

Basta consultar las cifras de fallecidos en accidentes de circulación (accidentes de tránsito para quienes leen desde el otro lado del Atlántico) para darse cuenta de que es un grave problema estructural que genera enormes daños sociales y económicos para estos estados.

Para poner en contexto vamos a exponer algunas cifras que son realmente escandalosas y que deberían ponernos en alerta sobre esta cuestión.

Solo en el primer cuatrimestre del año 2023 se registraron en México 5.322 muertes, en Colombia 8.405 fallecidos en 2023, en Argentina se rozaron en el mismo periodo las 7.000 víctimas mortales y en lo que respecta a Chile 1.635 personas fallecieron en 2023, con más de 20.000 lesionados en el mismo periodo. Como referencia podemos citar que en España durante el año 2023 se registraron 1145 fallecidos.

 Antiguo camino a los Yungas, también conocido como Camino de la Muerte

Para entender estas cifras podemos enumerar distintas causas que exponemos a continuación:

El estado de las vías. El estado de las carreteras influye de manera obvia en los accidentes. En Iberoamérica, el estado de las carreteras, sobre todo en las secundarias, es lamentable, falta inversión, carecen del mantenimiento más básico, están mal vigiladas y las condiciones climáticas no hacen sino agravar el problema. Sirva como ejemplo “la carretera de la muerte” en Bolivia, protagonista de multitud de documentales y ejemplo práctico de cómo está la situación en esta parte del globo. Es vital disponer de buenas infraestructuras si se quiere disfrutar de seguridad en las carreteras.

La formación de los conductores es también un problema, ya que el nivel de conducción es realmente bajo, el respeto a las normas circulatorias brilla por su ausencia y por último las campañas de sensibilización y formación son inefectivas o inexistentes.

La legislación en materia de seguridad vial, en prácticamente todo el continente, es laxa, anticuada e inefectiva. Las normas son antiguas, los sistemas de seguridad activa y pasiva son los que se empleaban en Europa hace 20 años, y las sanciones se basan más en mordidas para los agentes que en velar por la seguridad de los conductores. Los gobiernos están más preocupados en sus intereses económicos y políticos que en la seguridad vial de sus ciudadanos;

Ligado estrechamente a lo anterior, los requisitos de seguridad para poder vender un vehículo en esos estados son realmente decepcionantes; solo hay que buscar en YouTube los test de impacto de los automóviles vendidos en la región en comparación con los que se venden en Europa: los datos son realmente desastrosos. Los fabricantes, aprovechando la laxitud de las normativas, venden coches “nuevos”, que hace 15 o 20 años se retiraron de la venta en los países desarrollados por su falta de seguridad. Además, los materiales para la construcción de los automóviles son de una calidad muy inferior a los de otros mercados, los motores que los mueven suelen ser versiones ya descatalogadas de sus mercados principales. Y como colofón a este desastre, en el último lustro han entrado con fuerza los fabricantes chinos, que venden a unos precios increíbles coches que no han pasado las pruebas de seguridad en mercados principales, pero que precisamente por la vehemencia de las normativas si se pueden vender en Iberoamérica sin ningún problema.

Visto de manera general el problema, está claro que la solución no es ni sencilla, ni económica, pero se podría partir de unos puntos básicos para con el tiempo rebajar estas terribles estadísticas y mejorar la situación. Por ejemplo:

Una legislación más dura en lo que se refiere tanto a seguridad activa (montar sistemas como el antibloqueo de frenos o el control de estabilidad) como pasiva (estructuras reforzadas, bolsas de aire en todas las plazas) que obligue a los fabricantes a vender productos más evolucionados o no vender.

Una formación en seguridad vial que empezase ya en los colegios, campañas a nivel nacional, y por supuesto unos requisitos de acceso y renovación de permisos de conducción mucho más duros, así como un control y formación policial basado en preservar la seguridad y con agentes especializados.

Inversión en infraestructuras, tanto en las que ya existen y necesitan una adecuación a los nuevos requisitos de circulación, como en crear nuevas vías allí donde sea necesario con los últimos estándares de seguridad que la ingeniería de caminos moderna recomienda.

Aun con la aplicación de todas estas medidas, se tardarían años, sino décadas, en bajar las cifras a niveles de los países más desarrollados, y mientras tanto, nuestra querida Iberoamérica seguirá desangrándose lentamente con conductores poco formados, coches inseguros y estados con gobernantes a los que este problema parece importarle más bien poco.

Asier Balaguer Navarro

Analista político

Colaborador de NLG

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